Age:
Middle School
Reading Level: 9.6
Capítulo 1: La vieja casa de verano
―¡Algo me ha tocado el pie! ―gritó la hermana mediana―. ¡Y tenía pelo! ―añadió.
―Diana, eso te pasa por llevar esos zapatos ―dijo Ana.
Ana encendió la linterna. Estaban frente a la vieja casa de verano de la familia.
―¿Por qué hemos venido DE NOCHE? ―preguntó Diana.
―¡Chicas! ―gritó Melisa―. Dejen de pelear para que podamos irnos a casa.
Melisa era la hermana mayor. Ana y Diana dejaron de discutir.
―¿Qué es lo que estamos buscando? ―preguntó Melisa.
―Una pequeña caja. Tal vez esté en el sótano ―respondió Ana.
―¿Por qué hemos tenido que venir de noche? ―preguntó de nuevo Diana―. ¿No podíamos esperar a mañana?
―Porque tenemos que encontrarla antes ―respondió Ana.
Diana y Melisa intercambiaron una mirada. Estaban preocupadas.
―¿Qué quieres decir con eso? ―preguntó Melisa mientras Diana miraba a su alrededor en busca de más animales peludos.
Ana suspiró. Tenía que decirles la verdad, pero no era el momento. Alguien podría estar escuchándolas.
―Tenemos que encontrarla ya. Miremos primero en el sótano ―dijo Ana―. Busquen por todos lados ―añadió.
Melisa miró a Ana con el ceño fruncido, pero la siguió por el pasillo hacia el sótano. Diana se iluminó los pies con la linterna. No quería volver a encontrarse ningún amigo peludo.
Ana movió una pequeña mesa y vio una trampilla oculta debajo de ella. Tiró de la manilla dorada. La puerta se abrió con un fuerte crujido. Melisa y Diana la siguieron a Ana por las escaleras de madera.
Ana enseguida encontró lo que estaba buscando: un viejo armario marrón oscuro, cubierto de polvo. Limpió los tiradores dorados.
―Nunca me gustó ese armario ―dijo Melisa―. Papá lo metió en mi habitación aquel verano que el tío Felipe se quedó con nosotros ―añadió.
―Diana, ¿quieres abrirlo tú? ―preguntó Ana sonriendo a su hermana.
—¡Ni hablar! Seguro que hay otro animal ahí dentro ―respondió Diana.
―¡Ya lo hago yo! Quiero irme a casa ―dijo Melisa.
Melisa se quedó un momento mirando el armario hasta que, al fin, respiró hondo y lo abrió. Sonó un fuerte crujido.
Ana se acercó. Buscó en la parte inferior hasta sentir una hendidura en la madera. La tabla se levantó. Sus hermanas emitieron un grito ahogado.
—¿Cómo sabías que estaba ahí? ―preguntó Melisa.
Ana miró a sus hermanas con una sonrisa.
―Se lo diré de regreso a casa ―respondió.
Diana sostuvo la linterna mientras Ana rebuscaba entre el desorden. Encontró botones, alfileres y un par de gafas viejas.
―Creo que la he encontrado ―dijo―. Esta es la caja que necesitamos.
Ana sostenía una caja azul. Tenía bisagras de oro y una cerradura plateada. Para ser una caja del tamaño de una pastilla de jabón, pesaba bastante.
―¿Qué hay dentro? ―preguntó Diana, con los ojos muy abiertos.
―¿Dónde está la llave? ―añadió Melisa.
―No sé lo que hay dentro y no veo la llave ―respondió Ana a sus hermanas.
Metió la cajita en el bolso y les hizo un gesto para que salieran del sótano. Cerró la puerta tras ella y volvió a colocar la mesa encima.
Entonces, escucharon un ruido afuera e intentaron mirar por la ventana.
―Apaguen las linternas ―susurró Ana.
―Ana, ¿quién puede ser? ―preguntó Melisa.
Ana agarró a sus hermanas y las llevó por el pasillo hasta el porche trasero. Las voces cada vez se oían más cerca. Tiró con fuerza de las dos y se escondieron detrás de la pared.
―¿Cómo entramos? ¿Tienes la llave? ―preguntó una voz de mujer.
Escucharon otra voz, pero estaba demasiado lejos para entender lo que decía.
―¿Felipe? ―preguntó la mujer.
Oyeron cómo se alejaba de la puerta.
Ana abrió la puerta trasera, sacó a sus hermanas de la casa y cerró tras ella. Habían aparcado el coche en el bosque, así que caminaron todo lo rápido que pudieron. Al llegar a él, Melisa sacó las llaves. Sonó un pitido y las puertas se abrieron. Montaron dentro y cerraron el coche.
Capítulo 2: La conversación secreta
Las tres hermanas se sentaron en el coche en completo silencio durante varios minutos hasta que Melisa metió la llave en el contacto. El coche rugió con fuerza. Diana miró a su hermana con cara de duda.
―Ana, ¿qué está pasando? ―preguntó Diana.
Ana sacó la pequeña caja azul del bolso. No entendía cómo algo tan pequeño estaba causando tantos problemas.
―Escuché a mamá y a papá hablar de esta caja ―comenzó a contar Ana―. Dijeron que el tío Felipe quería llevársela, que no podrían detenerlo y que estaba escondida en el hueco secreto del armario. Parecía importante.
Melisa condujo para salir del bosque. Tenía el ceño fruncido. Detuvo el coche en la linde y se volvió hacia Ana.
―Así que hemos irrumpido en la casa y nos hemos llevado una caja vieja, pero no sabemos por qué ―dijo Melisa―. ¿Y cómo sabías que el armario se abría así?
―Vi a papá abrirlo una vez. No sabía que lo estaba mirando y aprendí a hacerlo ―respondió Ana.
―Piensa, Ana. ¿Mamá y papá dijeron algo más sobre la caja? Tal vez, ¿qué contiene? ―preguntó Diana.
Ana se quedó callada, pensativa. Le vino a la mente la imagen de sus padres susurrando aquella mañana mientras desayunaban. No la oyeron bajar por las escaleras, así que al escuchar susurros, se detuvo en la puerta de la cocina.
Escuchó a su madre decir: «Me dijo que encontraría la caja. Sabía que estaba escondida en la casa». Su padre se había quejado de que nunca había conseguido abrirla. Su madre, tras suspirar en voz alta, había dicho: «Espero que tengas razón. Solo las chicas deberían abrirla».
Ana volvió en sí. Miró a sus hermanas con seguridad y dijo:
―Nuestra familia depende de lo que haya en esta caja.
Habían estado conduciendo durante casi diez minutos cuando los faros de un coche se reflejaron en el retrovisor. Melisa levantó la mirada y vio un coche negro acelerando hacia ellas. Ana y Diana se giraron para ver quién las seguía.
―¡Es él! ¡Acelera! ―gritó Ana―.
Capítulo 3: La persecución
Melisa pisó el acelerador y el coche se sacudió hacia adelante. Diana y Ana se sentaron bien en sus asientos.
―¡Corre, corre, corre! ―gritó Ana.
Melisa pisó el acelerador un poco más, con la mirada fija en la carretera. Diana miró hacia atrás para ver el coche. Cada vez estaba más cerca.
―Tenemos que despistarlos. Gira en algún lado ―dijo Ana, asustada.
―Ves demasiado la televisión, Ana ―respondió Diana.
―¿Cómo vamos a despistarlos? Están justo detrás de nosotras.
―¡Pues busca otro camino! ―gritó Ana.
El coche estaba pegado a ellas. Melisa siguió acelerando.
―¡Ahí! ¡Hay un camino por ahí! ―gritó Diana.
―Lo veo. ¡Siéntense bien! ―exclamó Melisa.
Ana y Diana se aferraron con fuerza a sus asientos mientras el coche doblaba rápidamente la curva. Las tres gritaron. El coche negro no pudo girar lo suficientemente rápido como para seguirlas.
Melisa siguió conduciendo tan rápido como pudo por el camino de tierra.
Diana miró por la ventana trasera. Estaban solas de nuevo.
―Creo que podemos ir más despacio ―le dijo Ana a su hermana mayor.
Melisa miró hacia adelante. Tenía los nudillos blancos de agarrar con fuerza el volante.
―¡Melisa! ―gritó Ana―. ¡Frena!
Melisa volvió en sí. Movió el pie del acelerador al freno y el coche empezó a reducir la velocidad. Se detuvieron en un viejo granero. Tras aparcar el coche, Melisa respiró hondo.
Diana fue la primera en romper el hielo:
―Así que el tío Felipe quiere esta caja, pero no sabemos por qué la quiere ni cómo abrirla.
Ana miró a sus hermanas. Lamentó haberlas metido en tantos problemas aquella noche.
―Parece una locura, pero sé que esta caja es importante para nuestra familia.
Melisa miró a Ana y le puso una mano en el hombro.
―Averiguaremos por qué. Quizá debamos hablar con papá y mamá.
Ana asintió. Sabía que no podía gestionar aquello sola. Melisa giró lentamente el coche y condujo en silencio a casa.