Age:
Middle School
Reading Level: 9.4
Capítulo 1: La mudanza
Estaba convencido de que iba a ser una mudanza mala. Hasta que nos detuvimos frente a la casa nueva. El vecino de enfrente estaba trabajando en un Pontiac GTO 05.
―¡Papá, mira qué coche más chulo!
—Sí, no está mal, Álex —respondió su padre.
A mi padre no le gustaban los coches tanto como a mí. Me quedaba menos de un año para poder sacarme la licencia de conducir. No podía pensar en otra cosa. También soñaba con poder construir mi propio coche. Solo que no tenía dinero suficiente ni para empezar.
El coche del vecino estaba lejos de poder arrancar. No era más que piezas repartidas por todo el garaje. Me pregunté si le gustaría hablar conmigo de coches.
Cada vez que iba a por una caja miraba el GTO. Estaba justo delante de mí. Al otro lado de la calle. Llevar cajas era de lo más aburrido, por lo que mirar aquel coche me ayudaba a pasar el rato.
Mi nueva habitación daba a la calle. Tenía la vista perfecta del garaje del vecino y de aquel GTO. Se suponía que debía ordenar mi habitación, pero lo único que podía hacer era mirar por la ventana.
Estaba soñando despierto cuando mi madre me llamó la atención.
―¿No querías ir a una exhibición de coches? Estaría bien que dejaras la habitación ordenada antes de irte ―dijo entre risas.
―¡Mamá, eso es dentro de una semana!
―Lo sé, hijo, pero te veo tan distraído…
―Lo haré, mamá, no te preocupes.
―Si tú lo dices ―dijo, riendo al salir.
Capítulo 2: La exhibición de coches
Me las arreglé para ordenar la habitación antes de la exhibición de coches. Y, sí, lo hice incluso distraído.
La mañana de la exhibición, el desayuno se me hizo eterno. Solo quería marcharme, pero mi padre tardaba una eternidad. Mientras tanto, mi madre metía cosas en la nevera portátil.
―Por favor, ¿podemos irnos ya? ¡Porfa! ―supliqué.
―Está bien, colega ―se rio mi padre―. Nos vamos.
Nos detuvimos en el aparcamiento de la exhibición de coches. Incluso algunos de los coches que había allí eran geniales. Estaba deseando ver los de la exhibición.
¡Fue genial! ¡Había de todo! Coches clásicos, de carreras, tuneados y de exposición. Podría haber dado mil vueltas y no me hubiese aburrido nunca.
A la hora de almorzar, papá y yo nos dirigimos al coche.
―¡Hola, vecinos! ―dijo alguien.
Era el tipo del GTO que vivía al otro lado de la calle.
―Hola, soy Daniel. Vivo justo al otro lado de la calle ―dijo―. Esta es mi hija Elisa. Mi esposa, Bea, no está aquí. No le gustan demasiado los coches.
―Hola, soy Pedro. Este es mi hijo Álex ―dijo mi padre―. Mi mujer, Jennifer, suele venir, pero está empeñada en terminar la mudanza.
―¿Son aficionados a los coches como nosotros? ―preguntó Daniel―. Elisa solo tiene cinco años, pero le encantan.
Elisa esbozó una amplia sonrisa y se abrazó tímidamente a la pierna de su padre.
―Me gustan las exhibiciones ―dijo mi padre―. Pero a quien le vuelven loco los coches es a Álex. Vamos a todas las exposiciones que nos quedan cerca.
―He visto el GTO en el que estás trabajando. Un buen coche, y muy rápido ―dije.
―Gracias. Es un buen coche para empezar porque las piezas son muy baratas ―respondió Daniel―. Quiero terminarlo antes de una carrera que habrá pronto, pero lo estoy haciendo solo. No creo que me dé tiempo. ¡Me vendría bien algo de ayuda! ¿Te apetece?
―¡Sí! ¡Me encantaría! ―dije tan rápido como pude.
―Me parece bien ―afirmó mi padre.
―Genial, suelo llegar a casa a las 16:00 ―dijo Daniel.
Teníamos comida suficiente para compartir, así que invitamos a Daniel y a Elisa a comer con nosotros. Accedieron y nos divertimos mucho. Pasamos el resto del día juntos.
Capítulo 3: La construcción
Al día siguiente, a las 16:00, fui a casa de Daniel. Había mucho por hacer. Mientras trabajábamos, Elisa jugaba delante del garaje. Daniel había colocado una jaula antivuelco en el interior del coche. También había sacado las piezas de plástico y los asientos traseros.
Daniel me explicó que solo podíamos cambiar ciertas cosas. El coche debía cumplir las reglas de las carreras que le gustaban. Empezamos retirando todo lo que podíamos cambiar del motor. De vez en cuando, Elisa nos acercaba las herramientas que necesitábamos. Trabajamos sin parar durante varias horas. Cuando nos quisimos dar cuenta, ya era de noche.
Al día siguiente, fui a ayudarle de nuevo. Instalamos las nuevas piezas del motor. Era más difícil colocarlas que quitarlas. Avanzando a aquel ritmo, nos esperarían semanas de trabajo. Por suerte, me había documentado. Recibía más de una revista de coches por correo.
¿Necesitaba realmente la parte práctica?