Age:
High School
Reading Level: 1.6
Capítulo Uno
Todos se levantaron y se lavaron la cara. Se cambiaron las camisas por las viejas y sucias para trabajar.
Salieron de la tienda. Siguieron a los otros trabajadores de las otras tiendas.
Se sentaron en una mesa grande. Los que no cabían, se sentaron en el suelo. Les dieron una ración de pan.
Sonó la campana. Dejaron la mesa. Bajaron a los campos.
"Hay que trabajar."
No, no era una prisión. No, no era un centro de detención. Y no, no era tortura. Solo era un lugar de trabajo. Trabajo duro, pero les daba comida y un lugar para dormir.
Algunos no tenían familia, por eso vivían allí.
Los campos eran calurosos. Las plantas mantenían el calor y hacían difícil respirar.
"Hay que trabajar."
Capítulo Dos
La United Fruit Company. Ese era el nombre.
No sabían leer ni escribir. Solo conocían ese nombre. Estaba en sus cabezas todo el día.
Una gran compañía. Sabían que no era de su país, porque el nombre era extranjero. Pero estaban allí.
Eso era todo lo que necesitaban saber.
Hoy era el once de noviembre. Muchos no lo sabían.
Trabajaban todo el día recogiendo fruta. Eso era todo lo que sabían hacer. Recogían fruta. Sabían cuándo plantar, cuándo cosechar y cuándo empacar las cajas con la fruta. Trabajaban todo el día.
El día pasaba, con paradas para almorzar y a veces para beber agua.
Trabajaban, y su piel se oscurecía un poco. Sus gargantas se secaban un poco. Sus pies se endurecían un poco. Sus espaldas se encorvaban un poco más.
"Hay que trabajar."
Por la noche, recibían unos frijoles y papas y volvían a sus tiendas. Se cambiaban de camisas a las de la noche. Se metían en la cama.
Lo mismo todos los días.
"Hay que trabajar."
Capítulo Tres
Comenzó el doce de noviembre.
Se levantaron de sus camas, desayunaron y fueron directo a los campos.
"Hay que trabajar."
Tal vez ese día el sol estaba un poco más caliente. O el pan estaba un poco más duro. O los campos estaban un poco más llenos. Pero eso era todo. Nada más.
No más calor. No más piel quemada. No más gargantas secas. No más pies endurecidos. No más espaldas encorvadas.
Decidieron: no más.
"No quiero trabajar."
Pasaron los días. Días en los que no trabajaban.
No sufrían de calor ni sed. No trabajaban.
Estaban cansados de trabajar. Era como si el mismo, horrible bicho los hubiera mordido a todos, dándoles la necesidad profunda de dejar de trabajar.
"No tengo que trabajar."
Los días se convirtieron en semanas. Llegó diciembre. Y se sentaron. Solo se sentaron allí y esperaron.
Esperaron a los jefes, a los grandes hombres, para que vinieran. Esperaron que vinieran a hablar.
A hablar sobre trabajar mejor. Sobre tener más y recibir más. Sobre sufrir menos calor y tener más pan. Sobre trabajar menos y tener una camisa limpia.
Pero los grandes hombres no vinieron. La fruta se quedó en los árboles.
Las cajas para enviar se quedaron vacías. Y ellos esperaron, pero los grandes hombres no vinieron.
"No tengo que trabajar."